Las buenas intenciones solas no resuelven nada
Las buenas intenciones, los buenos deseos no resuelven nada.
No se puede dejar nada para mañana, se corre el riego de no hacerlo nunca. El ayer y el mañana debemos quitarlo del pensamiento.
Si eres creyente seguro que estarás lleno de buenos sentimientos, tendrás un corazón noble, amarás el bien y rechazarás la injusticia. Hasta ahora todo lo anterior se gesta y procesa en la mente, pero mientras no haya acción no valdrán para nada los buenos pensamientos. Los no creyentes también son buenos y se gozan en el bien. Los malos lo son por ignorancia. Pero el problema de hacer bien o no hacerlo, nos atañe más a los creyentes. Nosotros partimos de la base de creer en Dios, de que Dios es nuestro creador y que nosotros nos consideramos como hijos suyos. Nosotros sabemos que Dios tiene un plan de perfección, el cual nos lleva a la vida eterna. En el reino de Dios no puede entrar nada impuro, nada que pueda contaminar el Espíritu de amor bondad y entrega que tienen los que se sienten verdaderos hijos de Dios ¿Qué debe hacer ese que se siente verdadero hijo de Dios aun aquí en la tierra? Ayudar al Padre a que su creación crezca y mejore desde dentro, desde la tierra.
No basta querer morirse porque uno se cree merecedor de los bienes del cielo y dejar aquí (en la tierra) a otros hermanos nuestros que arreglen el cotarro y hagan nuestro trabajo.
La verdadera conciencia no está en desear el cielo, sino en vencer la impotencia haciéndose instrumento para acelerar el proceso de perfección al que está llamada toda la humanidad.
Todos tenemos en mente miles de proyectos, que los vamos posponiendo porque creemos que llegará un día en que sea más propicio para llevarlos acabo. Eso es un error, ese día nunca llegará. Uno se hace en el camino, uno se forma en ese caminar; lo que hagas en ese trayecto es lo que te enriquecerá o te destruirá. De ahí la importancia de la acción. Y hasta ahora sólo he hablado de lo beneficioso para uno mismo con el tipo de acción que uno emprenda. Ahora diré en la medida que influyen nuestras acciones en la transformación de los demás. No valdrá que digamos: Señor yo soy bueno, yo no hice mal a nadie. Nos dirán: ¿Y qué bien hiciste? ¿Qué hiciste que pudiera influir en los demás y verse contagiados por tus buenas obras? Esa es la cuestión. No permanecer impasibles como si el trabajo lo tuvieran que hacer otros.
Nosotros, los creyentes, tenemos que dejarnos mover por el Espíritu de Jesús y actuar como lo hizo Él, no importa el tiempo que estemos en la tierra en carne y hueso. Lo que importa es que si nos consideramos herederos de los tesoros del cielo, ayudemos a que otros hermanos nuestros también puedan disfrutar de ellos y, sobre todo, gocen de la creación, se alegren de haber nacido y mejoren sus condiciones de vida para que ayuden en esa transformación.
La creación es algo maravilloso, la creación no para de evolucionar y en esta misma creación global, está inmersa la propia creación del hombre. Todo nuestro progreso, todo nuestro bienestar, todos los avances de la ciencia y la tecnología, forman parte de la creación de Dios. No podemos ni debemos pretender independizarnos de nuestro creador, al que tanto debemos, trabajemos junto a Él para adelantar nuestra salvación.