Archivo de septiembre de 2009

Lectura diaria de la Biblia

domingo, 20 de septiembre de 2009

20 de Septiembre 2009 – Domingo

 

Sabiduría 2,12.17-20

Se dijeron los impíos: Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es él justo hijo de Dios, lo auxiliará y librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.

 

Salmo 53 El Señor sostiene mi vida.

 

Santiago 3,16-4,3

Queridos hermanos: Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones.

 

Marcos 9,30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quien era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el  que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.  

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sábado, 19 de septiembre de 2009

19 de Septiembre 2009 – Sábado

 

Lucas 8,4-15

En aquel  tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno. Dicho esto, exclamó: El que tenga oídos para oír, que oiga. Entonces le preguntaron los discípulos: ¿Qué significa esa parábola? Él les respondió: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es este: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raiz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.

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viernes, 18 de septiembre de 2009

18 de Septiembre 2009 – Viernes

 

Lucas 8,1-3

En aquel  tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.  

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jueves, 17 de septiembre de 2009

17 de Septiembre 2009 – Jueves

 

Lucas 7,36-50

En aquel  tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: Si este fuera profeta, sabría quien es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. El respondió: Dímelo, maestro. Jesús le dijo: Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con que pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: Has juzgado rectamente. Y, volviéndose a la mujer dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambió, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados están perdonados. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.

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miércoles, 16 de septiembre de 2009

16 de Septiembre 2009 – Miércoles

 

Lucas 7,31-35

En aquel  tiempo, dijo el Señor: ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza que gritan a otros: “Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis”. Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad que comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores” Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.  

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martes, 15 de septiembre de 2009

15 de Septiembre 2009 – Martes

 

Lucas 7,11-17

En aquel  tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre,  que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: No llores. Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. 

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lunes, 14 de septiembre de 2009

14 de Septiembre 2009 – Lunes

 

Juan 3,13-17

En aquel  tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 

El fin del mundo a la vuelta de la esquina

domingo, 13 de septiembre de 2009

Si nos dijesen que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina, seguro que nos alarmaríamos.

Más de uno haría una reflexión profunda y cambiaría muchos hábitos.

Seguro que muchos se reconciliarían con familiares u otras personas, con las que un día, por motivos casi siempre nimios, rompieron la amistad.

Muchos otros, alejados del bien, o de las buenas obras, por su lejanía con Cristo, fuente de sabiduría, amor y estimulo para la acción positiva, para la aceptación del otro (trata a tu prójimo como a ti mismo) sobre todo al más necesitado. Seguro que ante esta noticia se lo pensarían dos veces.

Muchas personas, de saber que el mundo se acaba, volverían a la concordia, se harían más humanas.

El enfrentamiento con el más allá a más de uno le pone los pelos de punta.

Eso de dejar el coche, el móvil, la cervecita, y otros lujos o comodidades, no es plato de buen gusto.

Y lo que es más importante, dejar de ver a nuestros seres queridos y amigos, también llevaría a la reflexión. Y quizá a plantearse algunos cambios.

Sabemos que algunos obramos mal por ignorancia, pero el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. El que obra mal siempre será castigado, siempre lo pagará, aquí o allí. Por eso en el fondo, cuando uno se siente merecedor de un castigo por algo que hizo mal y no le pillaron y no se ha arrepentido de corazón, siempre queda ese remordimiento de conciencia y esa necesidad de ponerse a bien con la otra parte o como mínimo necesita del arrepentimiento.

La muerte cercana invita a dar un nuevo giro a nuestra vida, ante todo a llenarnos de serenidad, valorar más el tiempo, la vida, como la oportunidad de hacer el bien.

Para el que cree que la vida es larga, piensa que ya tendrá tiempo de hacer el bien y llevarse bien con su entorno y con la naturaleza. Hay una promesa del Creador: Si creemos en Él y contribuimos a mejorar su obra tendremos vida eterna. Y yo digo ¿Qué son sesenta, ochenta años en relación a la eternidad? A mi me parece un soplo, una oportunidad de saber que estamos vivos, y de poner manos a la obra para actuar de manera positiva, sin dañar el entorno ni ofender a nadie, sino todo lo contrario.

El fin del mundo está a la puerta aunque parece mentira. Desgraciadamente para muchos hoy les tocará, me refiero a todos aquellos que morirán hoy, para los que morirán mañana, para los que morirán pasado mañana y así sucesivamente. Creemos que no nos va a tocar (muerte accidental) pero incluso la muerte natural cuando menos cuenta nos demos, llegaremos a los cincuenta, después a los sesenta, los setenta, los ochenta, y ¿Qué quedará de nosotros entonces? ¿Que somos? ¿Que podemos hacer de aquello que dejamos para después? Aun en el caso de vivir una larga vida, si no hemos sido previsores, ¿Qué hemos acumulado de nobles acciones, para poder presentarlas si en el otro sitio nos piden cuentas? Y aunque no nos pidan cuentas, para satisfacción nuestra, ¿Qué hemos hecho que nos lleve a decir «misión cumplida»? ¿Estoy preparado para lo que venga? Si es así, la paz interior que recibiremos sería el mejor premio y si hay otro mayor bienvenido sea.

Todos quisiéramos que el fin del mundo no viniese nunca, pero la realidad es, que diariamente viene para muchos y a muchos de ellos no les piílla preparados y mucho menos con la satisfacción personal por el deber cumplido.

Empecemos hoy a cambiar, que no se sabe cuando llegará la fatídica hora. Suerte.

 

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domingo, 13 de septiembre de 2009

13 de Septiembre 2009 – Domingo

 

Isaías 50,5-9a

El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?  

 

Salmo 114 Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

 

Santiago 2,14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: Dios os amparé; abrigaos y llenaos el estomago, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por si sola está muerta. Alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.

 

Marcos 8,27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas. Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Pedro le contestó: Tú eres el Mesías. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevo aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y de cara a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue así mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará.

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sábado, 12 de septiembre de 2009

12 de Septiembre 2009 – Sábado

 

Lucas 6,43-49

En aquel  tiempo, decía Jesús a sus discípulos: No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quien se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó y quedó echa una gran ruina.